Todas las mañanas me preguntabas
mientras me acariciabas la entrepierna
"¿como leer poesía surrealista, lindo gatito,
si aún estoy lo suficientemente cuerda
para darme cuenta de que ni el humo de cien cajetillas de cigarros
podrán hacer callar al Sol, y dejarme dormir un ratito más?
Recuerdo acurrucarme bajo tu sombra
y dejar que me exprimieras en busca de una respuesta.
Olvidábamos morir la mañana
entre los gritos maternales de la cafetera
llamándonos al despertar,
esperando el momento justo donde al despertarnos
no nos extrañaríamos de ser persona si quiera.
Habíamos pintado la habitación con una luz tenue, adormilada, perezosa;
el tocadiscos colgado de la pared,
los recuerdos disecados,
habíamos comprado una vitrina de cristal para rememorarlos;
y mientras las cigarras gemían en el balcón,
nosotros jugábamos a follar,
escondidos entre las sabanas,
tallando ángeles desnudos
de cara obscena y lagrimas sabor sudor
y latex.
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